Que Adán vestía hoja de parra, se ocupó de que trascendiera, él,
pues, Eva lo descalificaba, aludiendo a esa hoja, como de laurel.
A Naama, la esposa de Noé, se le recuerda como una tonta, rubia,
que alertó al marido “No saques el arca, que está anunciada lluvia”
Medea, desafió a enemigos de Aquiles, dueño de imbatibles dones,
diciendo que, en tiro con arco y flecha, no le llegaban a los talones.
Penélope, tejía y destejía y, de su fenomenal paciencia, hacia alarde.
Cuando Ulises iba a navegar, preguntaba ¿Vas a llegar muy tarde?
Dalila, cortó el cabello de Sansón, dejándolo a merced de la gentuza.
Le mintió “Alcanzame una Prestobarba, que voy a sacarte la pelusa”.
Enrique VIII se quejaba de Ana Bolena, quién al amar tenía pereza,
e hizo lo necesario, para que no vuelva a simular, dolores de cabeza.
Popea, segunda esposa de Nerón, cuando discutían, atacaba su ego,
imputándole que no hacía asado, porque no sabía prender el fuego.
Josefina, amor de Napoleón, se jactaba de haberlo ayudado bastante,
porque cuando ella lo conoció, traía una mano atrás y otra adelante.
Remedios, consorte de San Martín, intentaba no resultar un estorbo,
donó sus joyas, cosió uniformes, pero no se bancaba el sable corvo.
Estos ejemplos lo demuestran, ocurrió así y no hay nada que hacer,
en toda época, detrás de un gran hombre, rompía las bolas su mujer.
sábado, 28 de abril de 2007
martes, 17 de abril de 2007
EL SALUDO
El saludo tiene matices y, define,
la personalidad de quién lo emite,
cada cual saluda como sabe o le nace.
No abunda quién lo ejercite.
Puede ser muy expresivo,
con inclusión de beso, abrazo y palmadita
o, agitando reiteradamente las manos,
si la distancia lo imposibilita.
Está el que murmura y, lo refuerza,
haciendo un gesto con la cabeza.
Nunca se sabe, si lo hace por desganado
o una extremada delicadeza.
Entre militares se saludan con rigidez,
con un sonoro golpe de tacos.
Los empresarios se estrechan las manos,
así los negocios sean flacos.
Cuando se comienza con un “¿Cómo estás?”
ya se sabe la respuesta,
infaliblemente rebotará “Bien, ¿y vos?”.
No esperen réplica opuesta.
Si usas el “Buen día” por “Buenos días”,
puede ser por dos motivos,
que presumes encuentros diarios,
para reiterar deseos tan positivos,
o que, por una cuestión de mezquindad,
tus buenos augurios atesoras,
y, cuando finalmente los distribuyes,
vencen a las veinticuatro horas.
Cuando se saludan entre las mujeres,
el beso no puede estar excluido,
nunca llegan a aproximar sus rostros,
pero, con la boca, meten ruido.
El saludo es urbanidad,
con el que se relacionan personas civilizadas,
aunque, también saludan los boxeadores,
antes de cagarse a trompadas.
la personalidad de quién lo emite,
cada cual saluda como sabe o le nace.
No abunda quién lo ejercite.
Puede ser muy expresivo,
con inclusión de beso, abrazo y palmadita
o, agitando reiteradamente las manos,
si la distancia lo imposibilita.
Está el que murmura y, lo refuerza,
haciendo un gesto con la cabeza.
Nunca se sabe, si lo hace por desganado
o una extremada delicadeza.
Entre militares se saludan con rigidez,
con un sonoro golpe de tacos.
Los empresarios se estrechan las manos,
así los negocios sean flacos.
Cuando se comienza con un “¿Cómo estás?”
ya se sabe la respuesta,
infaliblemente rebotará “Bien, ¿y vos?”.
No esperen réplica opuesta.
Si usas el “Buen día” por “Buenos días”,
puede ser por dos motivos,
que presumes encuentros diarios,
para reiterar deseos tan positivos,
o que, por una cuestión de mezquindad,
tus buenos augurios atesoras,
y, cuando finalmente los distribuyes,
vencen a las veinticuatro horas.
Cuando se saludan entre las mujeres,
el beso no puede estar excluido,
nunca llegan a aproximar sus rostros,
pero, con la boca, meten ruido.
El saludo es urbanidad,
con el que se relacionan personas civilizadas,
aunque, también saludan los boxeadores,
antes de cagarse a trompadas.
miércoles, 11 de abril de 2007
TU DIARIO
Desempolvaste tu diario íntimo, que encontraste arrumbado,
en el que, de joven, volcabas vivencias; memorias del pasado.
En él dejabas constancia de amores, temores y experiencias,
y, por tenerlo a buen resguardo, te confesabas sin reticencias.
Usando de señaladores, flores marchitas y boletos de tranvía,
subrayabas aquellos momentos, que te emocionan, todavía.
Describiste, minuciosamente, tu primer baile y primer beso,
más, algo que descubriste sola, porque no se hablaba de eso.
Del labial de tu primera cita, quedó un recuerdo perdurable.
En sus hojas, posaste tus labios, como un sello inalterable.
A medida que crecías, fuiste haciendo un relato más prolijo,
desmenuzando tus sensaciones, del casamiento y cada hijo.
De aquel ingenuo "Hoy lo vi", pasaste a desnudar tu alma,
por el trazo se reconoce, cuando hubo angustia o lene calma.
Hoy, al reinscribir tu historia, luego de años de hojas vacías,
retomas, para testimoniar, que todas las faltas fueron mías.
Asoma el resentimiento, por una vida, que crees desperdiciada,
como si los años que vivimos juntos, no hubieran dejado nada.
Buscando recuperar tiempo perdido, tus citas son espaciadas,
refiriéndote sólo a recuerdos tristes y pasiones desencontradas.
Haces evidente tu falta de intención, por cerrar heridas viejas,
convirtiendo a tu hermoso diario, en utilitario libro de quejas.
en el que, de joven, volcabas vivencias; memorias del pasado.
En él dejabas constancia de amores, temores y experiencias,
y, por tenerlo a buen resguardo, te confesabas sin reticencias.
Usando de señaladores, flores marchitas y boletos de tranvía,
subrayabas aquellos momentos, que te emocionan, todavía.
Describiste, minuciosamente, tu primer baile y primer beso,
más, algo que descubriste sola, porque no se hablaba de eso.
Del labial de tu primera cita, quedó un recuerdo perdurable.
En sus hojas, posaste tus labios, como un sello inalterable.
A medida que crecías, fuiste haciendo un relato más prolijo,
desmenuzando tus sensaciones, del casamiento y cada hijo.
De aquel ingenuo "Hoy lo vi", pasaste a desnudar tu alma,
por el trazo se reconoce, cuando hubo angustia o lene calma.
Hoy, al reinscribir tu historia, luego de años de hojas vacías,
retomas, para testimoniar, que todas las faltas fueron mías.
Asoma el resentimiento, por una vida, que crees desperdiciada,
como si los años que vivimos juntos, no hubieran dejado nada.
Buscando recuperar tiempo perdido, tus citas son espaciadas,
refiriéndote sólo a recuerdos tristes y pasiones desencontradas.
Haces evidente tu falta de intención, por cerrar heridas viejas,
convirtiendo a tu hermoso diario, en utilitario libro de quejas.
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