Luego de años, no saben de su pareja, en que punto se encuentra,
si queda algo de aquel amor, o es mayor el odio que los enfrenta.
Cada uno recrimina al otro, como el causante de sus frustraciones,
lejos quedó aquel tiempo, que se transferían mejores sensaciones.
Si aquella fascinación de adolescentes, que hizo que los encumbre,
se fue diluyendo, paulatinamente, para dejar paso a una costumbre.
Si están más cómodos en las discusiones diarias, con sus reproches,
que en sus cuartos, cuando disponen, de la soledad de sus noches.
Si se perdieron, inexorablemente, aquellos encuentros con pasión
y en el presente, sólo alimentan una farsa, no exenta de compasión.
¿Hasta cuando han de cargar la cruz, que cada quien lleva consigo?
Uno que no puede con su existencia y, el otro, en su papel de testigo.
Eternamente, retroceden en su enojo, buscando salvar algún retazo,
para acabar, como lo estuvieron siempre, confundidos en su abrazo.
Contrariando el voto conyugal, hecho al emprender la melada luna,
seguirán con su relación tumultuosa, hasta que la muerte los reúna.
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