Como los hombres de mi edad, transito el camino inverso,
voy describiendo una parábola, para regresar al comienzo.
Igual que todos, asomé mi cabeza por la vulva de mi madre,
desgarrándole los tejidos, para el desagrado de mi padre.
Mi primer contacto con el mundo, tuvo su arista despiadada,
cuando alguien, para que llorara, me asestó una palmada.
No fui hermoso al nacer; sin pelo y con mi boca desdentada,
con toda la epidermis con arrugas y de tonalidad azulada.
Por meses, me hice caca y pis encima y, además, me babeaba.
Tardé mucho en caminar porque, al principio, nomás gateaba.
Mis padres fueron los primeros, en enseñarme algunas cosas.
En los colegios, a los que luego asistí, no todas fueron rosas.
Al manifestarse mi sexualidad, me masturbaba, por instinto,
descubriendo, pasado un tiempo, que con chicas es distinto.
Más tarde, los compromisos: Trabajo, novia, esposa después.
Llegaron los hijos, los nietos, en la calma vida del burgués.
Ahora son mis hijos, quienes pretenden darme las lecciones.
Mientras tanto, estoy disfrutando de mis últimas erecciones.
Gateo todo lo que puedo, por una teta quedo embelesado,
cuesta controlar mis esfínteres y encuentro el cojín babeado.
Voy perdiendo la vista, me abandonan mis dientes y el cabello
y mi piel, que se está arrugando, perdió su antiguo destello.
Para trabajar hoy no me quieren, con llorar no consigo nada
y me mandan a la... de mi madre, con una nueva palmada.
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