Comencé a reparar en su figura y a prestarle más cuidado,
quién sabe desde cuándo venía, siguiéndome a todos lados.
Ella acompañaba mis pasos, cada vez, que de mi casa salía
y por dondequiera que yo andaba, siempre, siempre, la veía.
Puesta a mi derecha o mi izquierda, nunca me abandonaba.
Ya me estaba incomodando, por sospechar que me acosaba.
Llegué a intranquilizarme mucho, al advertirla tan seguido.
Vivía una experiencia desagradable, al saberme perseguido.
Con el correr de los días, aquello se transformó en tormento,
hasta consideré efectuar una denuncia, por hostigamiento.
Continuamente estaba allí, siempre dispuesta a rondarme,
parecía haber sido entrenada, con la misión de observarme.
Algunas veces aparecía detrás de mí, otras veces iba adelante,
ella también corría, cuando yo lo hacía y terminaba jadeante.
Tarde descubrí que quién me sigue y no habla, ni me nombra,
no es humano, animal, ni cosa, tan sólo es mi propia sombra.
Hoy, este poema se lo dedico a ella, no es para amante ni novia,
es para quién todavía me persigue, simplemente es... para-noia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario